La escena ocurrió en los estudios de Radio Universidad. Daniel Frías, 75 años, mirada serena y voz pausada, celebraba un hecho que es mucho más que un logro personal: convertirse en el primer egresado de la Licenciatura en Luthería de la Universidad Nacional de Tucumán, una carrera única en Argentina y Sudamérica.
Lo que en principio podía parecer una entrevista sobre un título universitario se fue transformando, minuto a minuto, en un retrato profundo sobre la vocación, la resiliencia y la capacidad de la educación pública para abrir caminos insospechados.
Frías es ingeniero electrónico, jubilado, y egresado del histórico Instituto Técnico. Su vida tomó un giro inesperado después del fallecimiento de su esposa en 2016. Fue entonces cuando, casi por curiosidad y como un modo de sostenerse emocionalmente, se acercó por primera vez a los talleres de luthería de la Facultad de Artes. Lo que encontró allí lo marcó para siempre: “He quedado encantado”, recuerda. Lo que empezó como el simple deseo de construir su propia guitarra terminó convirtiéndose en una carrera universitaria completa.
La luthería, sin embargo, no es un oficio simple ni barato. Se trabaja con maderas que necesitan hasta diez años de estacionamiento, herramientas específicas y una precisión artesanal que no permite atajos. Frías lo explica con claridad: “Algunos piensan que es como carpintería, pero no. La luthería es arte. Cada instrumento es único, aunque lo hagas con las mismas medidas. La madera tiene vida propia.”
Completar la carrera tampoco fue sencillo. Entre los años de pandemia, problemas de salud, la colocación de una prótesis de cadera y hasta un accidente automovilístico, hubo momentos en los que pensó abandonar. Aun así, logró mantenerse regular gracias al acompañamiento institucional. Destaca especialmente la cercanía de docentes, maestros y autoridades, que entendieron sus tiempos y lo sostuvieron para que pudiera continuar. “Me siento muy agradecido. Me permitieron recuperarme y seguir. Eso habla de la calidad humana de la facultad”, remarca.
En su relato, la figura del maestro aparece siempre como núcleo pedagógico. La luthería se aprende mirando, corrigiendo, probando. No hay producción en serie ni manual que sustituya la transmisión directa. Por eso Frías menciona con emoción a Antonio Facundo Leiva y José Luis Cardoso, sus referentes técnicos y humanos, y reivindica al histórico maestro Fernando Silva, pionero del oficio en la provincia. La carrera que hoy se dicta en la UNT es heredera directa de esa tradición, sostenida en vínculos que combinan exigencia, paciencia y sensibilidad.
La entrevista también dejó ver el costado íntimo. En varios pasajes, Daniel reconoce que no habría terminado sin el apoyo de su compañera actual y de sus hijos, todos ellos universitarios. “En más de una oportunidad pensé en dejar. Pero mi señora fue mi aval, la que me empujó para seguir”, confiesa. La emoción aparece sin estridencias, pero con una honestidad que interpela.
Lo más valioso de su testimonio quizá sea la manera en que vuelve sobre un punto central: la necesidad de difundir la luthería como opción de estudio, de oficio y de cultura. Según cuenta, todavía hay quienes desconocen qué hace un luthier o confunden la restauración con una reparación común. Sin embargo, en la práctica se trata de un trabajo profundamente artístico, técnico y cultural, que rescata la identidad sonora de instrumentos con historia.
Frías no solo se convirtió en el primer egresado de la licenciatura: también se transformó en un testimonio viviente de lo que la universidad pública puede generar cuando combina conocimiento, comunidad y oportunidades. Su mensaje final estuvo dirigido a sus compañeros y a quienes hoy transitan la carrera: “Siempre va a haber situaciones difíciles. Es propio de la vida, pero no aflojen. Pónganle ganas y fuerza, porque sí se puede.”
Después de festejar el título, dice que ahora planea descansar un poco y seguir ligado a la facultad, ya sea como artesano o como colaborador. La pasión, está claro, no se jubila. Y quizás por eso su historia conmueve: porque demuestra que nunca es tarde para empezar una carrera, completar un sueño o volver a sentir que la vida, a cualquier edad, puede reinventarse.



